Alina estaba temblando y llorando a fuera de las gradas del auditorio. Sus brazos se movían al ritmo del viento y el sonido de las cigarras estaban armonizando.
-No quiero estar aquí. Necesito ir a casa.
-Las cigarras no te dañarán, son inofensivas y te cantan a todas horas. Escúchalas cómo te susurran sus melodías desde los árboles.
-No me importa, necesito irme.
Las lágrimas de la niña enrojecían como su rostro y su respiración hacía un ritmo con mayor frecuencia y alteración.
Una vez cada diecisiete años las cigarras emergen de la tierra y llenan los árboles con sus cantos mientras vuelan por doquier. De vez en cuando, visitan tu pierna, brazo, espalda o cabeza. Si las tomas de su cuerpo y las avientas para alejarlas de ti, oirás como gritan de miedo mientras retoman su vuelo para no caer en el piso y dejarán de ser huéspedes de tu cuerpo.
Esto se lo dije a Alina mientras su pecho se inflaba y desinflaba con un pánico sofocante.
Carolina estaba junto a nosotras, sujetando por el estómago a una cigarra. Oía cómo el insecto se quejaba a cada segundo que la tenía entre sus dedos. La observaba detalladamente, sus alas, sus grandes ojos naranjas y su cuerpo regordete.
-La estoy entrenando con limonada- Dijo sin quitarle los ojos de encima
-¿Cómo así?- Respondí
-Sí, la pongo en mi brazo, le doy unas gotas de limonada para que camine. Luego le digo que pare y no le doy más limonada. Estamos teniendo progresos.
Sin decir más, se marchó para seguir entrenando a su cigarra. Posteriormente, regresó con un vaso de plástico y su fiel mascota ya hacía inmóvil en ella.
-¿Será que está muerta?- Pensé, pero ¿cómo decirle a una nena de ocho años que su cigarra altamente calificada para recibir órdenes estaba muerta?
-¿Se encuentra bien?- dije finalmente
-Ah, sí, se está haciendo la muerta, mira- Carolina sacudió suavemente el vaso y el insecto recobró su vida. La tomó por las alas y la sacó para que esta sacudiera su cuerpo como una maraca mientras se seguía quejando.
El aliento de Alina seguía con un ritmo sofocante que poco a poco comenzó a parar.
-¿Te has dado cuenta que las cigarras tienen ojos naranjas?- dijo la niña entre sollozos -¿Qué tal si buscamos alguna que con los ojos azules?- bufó con alegría con sus ojos llorosos, los cuales, ya estaban secos.
Reí en silencio porque al decir su idea una cigarra se encontraba parada en su zapato y ella la observaba de manera natural, sin alteraciones en su respiración.
Jamás pudimos encontrar una cigarra con los ojos azules.